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José García Domínguez

Menéndez Pelayo y el Caganer

Rosa Regás escupe sobre la sombra de Menéndez Pelayo sin siquiera saber quién fue, sólo porque le suena haber oído en el Bocaccio algo sobre martillos de herejes y luces de Trento.

Quien guste de la poesía de los novísimos y conozca la lírica de catres apolillados y somieres polifónicos del bardo José María Álvarez, sabrá que Rosa Regás aún no ha de perder toda esperanza de ser inmortalizada con un busto en ese Museo del Arrime y la Barraganería que acaban de montar unos mercachifles avispados en las Ramblas de Canaletas. A más, bien sabe Dios que nunca habrá de llegar la pobre; pero, hasta ahí, trabajándoselo como es debido en el partido, tal vez. Pues, para mí tengo que si Maragall lubricara con un informito de ésos sobre la mantis religiosa y el boquerón en escabeche a los barandas del negocio, ya luciría expuesto su molde en el nuevo mausoleo de la jarana doméstica. Pero que no desespere la flamante directora de la Biblioteca Nacional. Tiempo al tiempo. Porque lo de la escayola ha de caer como fruta madura. Y, en fin, algo es algo y menos da una piedra. Recuerde si no lo que pontificaba Marx (Groucho) sobre el pasar de la nada a la más absoluta de las miserias como forma superior de avance dialéctico entre las fuerzas del progreso y de la cultura.

Es más, yo creo que lo suyo en las Ramblas debe estar casi atado a estas horas. Porque enviar al cuarto de las ratas a Menéndez Pelayo ha sido un guiño que ha complacido mucho a la afición en Barcelona. Por algo el ilustrado Narcís Serra se apresuró a rebautizar como Torrente de la Olla a la calle que llevara su nombre. Eso, a pesar de que todo cuanto nuestra progresía sabe del autor de Los heterodoxos españoles son las cuatro boutades que depuso en su día Joan Fuster sobre él. He ahí la razón de que aún vayan por las barras jurando que Borges les encanta casi tanto como la comida sushi y esas camisetas tan divinas de Custo Line. Bien cierto es que hay que ser algo más que medio analfabeto para andar simulando que te éncanta Borges –Borges les encanta así, con acento en la e– y, al tiempo, maquinar la demolición de la efigie del cántabro con la dinamita que le sobró al mulá Tuerto tras reventar a los budas de Bamiyán. Pero, qué le vamos a hacer: no dan más de sí.

En el fondo, nuestro drama es ése: cargamos con una izquierda formada por adolescentes eternos, sin antepasados ni posteridad; sin poso ni raíces, instalada de por vida en lo contemporáneo. Rosa Regás escupe sobre la sombra de Menéndez Pelayo sin siquiera saber quién fue, sólo porque le suena haber oído en el Bocaccio algo sobre martillos de herejes y luces de Trento. Y a Zapatero le "éncanta"La historia universal de la infamia, pero está convencido de que el ciego se documentaba en la hemeroteca delMarcaal escribirla. ¿Alguien se extraña de que resulte tan fácil hacerles creer que juntando un kilo demongetes amb butifarra, uncaganery una sardana se forme una nación?

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